Herbert Ekwe-ekwe
Para la prensa occidental (CNN, BBC, International Herald Tribune, Reuters, Associated Press, Fox News, Yahoo! News, etcétera, etcétera), el cincuenta aniversario de la independencia de Ghana, en el 2007, provocó de nuevo la cada vez mayor absurdidad que rodea el trato que dedican estas agencias a los fundamentos de la geografía política para describir África.
El tan ritualizado epíteto “África subsahariana”, tan equívoco, por no decir falto de sentido, fue la opción de todos estos medios en su descripción del aniversario de Ghana. Es su esquema de clasificación, salvo los cinco estados de mayoría árabe del norte (Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y Egipto) y Sudán, el resto del continente lo han etiquetado como “subsahariano”.
No resulta obvio cuál de los cuatro posibles significados del prefijo “sub” añaden a África “sahariana”, especialmente si tenemos en cuenta que tenemos una nacionalidad encajada entre Marruecos y Mauritania que se autodenomina “saharaui”. ¿Se trata de “abajo”, o “parte de”? ¿O, tal vez, “parcialmente”/ “casi” o incluso (¡esperemos que no!) el tan desafortunado “inferior”?
El ejemplo de Sudáfrica es muy pertinente, ya que esta referencia está presente de forma crucial en la literatura de la época, especialmente la que surge de los estados occidentales, Naciones Unidas, el Banco Mundial y el FMI, las llamadas ONG y grupos de “cooperación” y algunos académicos, responsables de iniciar y sostener la operatividad de este dogma. Antes de la restauración formal del gobierno de mayoría africana en 1994, Sudáfrica nunca fue calificado como un país “subsahariano”, a diferencia del resto de los trece estados liderados por africanos en el sur del continente. Sudáfrica se etiquetaba como “Sudáfrica blanca” o “Subcontinente sudafricano” (como el subcontinente indio, por ejemplo), es decir, “casi” un continente, claramente empleado como “admiración” o “elogio” por quienes lo subscribían para proyectar y valorar básicamente los potenciales geoestratégicos o las capacidades del régimen minoritario europeo. Pero tan pronto como triunfó el movimiento de libertades africano, Sudáfrica se convirtió en “subsahariana”. ¿Qué ocurrió tan repentinamente como para que la “geografía” de Sudáfrica se clasificara de modo tan diferente? ¿Es el gobierno africano/libertador que convierte un estado africano en “subsahariano”? ¿Acaso no es este ejemplo del cambio occidental en la clasificación una prueba definitiva de lo inteligible que resulta el término “subsahariano”?
Únicamente en su acepción “casi” o “parte de” el prefijo “sub” haría una referencia clara a Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto, que tienen entre el 25 y el 75% del territorio (especialmente en el sur) en el desierto del Sahara, y a Mauritania, Mali, Níger, el Chad y Sudán, que poseen entre una y tres cuartas partes de sus territorios (en el norte) en el mismo desierto. Así pues, estos diez estados conformarían el África “subsahariana”.
Sin embargo, los cinco estados árabes no se describen a sí mismos como africanos aunque forman parte, de forma incuestionable, de la geografía africana y del continente africano. Los gobiernos, la prensa y el resto de actores de Occidente que hemos mencionado anteriormente (dirigidos principalmente por intereses y personal occidentales) han “cedido” a esta insistencia árabe.
Presumiblemente, esto es importante para la ridícula omisión occidental de su dogma “subsahariano” de estos estados, así como de Sudán, donde los sucesivos regímenes en los últimos cincuenta años han afirmado, de forma incorrecta, que Sudán “pertenece” al mundo árabe. A este respecto, Occidente sabe perfectamente que se trata de un flagrante sofisma y no de ciencia, pero, sin embargo, encaja convenientemente en su imaginario sobre África, que vamos a describir brevemente.
Continuamos sin saber exactamente qué quieren decir estas instituciones occidentales con lo de “África subsahariana”. ¿Tal vez sea una referencia benévola a todos los países que se encuentran por debajo del Sahara, sea cual sea la distancia que los separa del desierto? En el presente existen 53 estados soberanos en África. Si tenemos en cuenta que cinco de ellos están “encima” del Sahara, entonces los otros 49 están “debajo”. Así pues, en esta segunda categoría encontraríamos en una misma definición a los cinco países mencionados anteriormente, cuyas fronteras del norte incorporan zonas del sur del desierto, junto a los países del África central (los dos Congos, Ruanda, Burundi, etcétera), aunque haya una distancia de entre 2.000 y 2.500 millas , e incluso la África austral, situada a 3.000-3.500 millas . Es decir, los 49 países, salvo Sudán (excluido de esta lista meramente por la razón ya mencionada), aunque esté claramente “debajo” del Sahara y situado en la misma latitud que Mali, Níger y el Chad, todos ellos clasificados por Occidente como “subsaharianos”. Para replicar esta obvia farsa inédita en el mundo, sugerimos la siguiente lista:
-Rusia del Este podría ser “Asia subsiberiana”.
-China, Japón e Indonesia reclasificada como “Asia sub-gobi”.
-Bhutan, Nepal, Pakistán, India, Sri Lanka, Bangladesh, Myanmar, Tailandia, Laos, Cambodia y Vietnam serían “Asia subhimalayana”.
-Toda Europa, “Europa subártica”.
-El este y sudeste de Francia, Italia, Eslovenia y Croacia, pasarían a ser “Europa subalpina”
-Estados Unidos y Canadá por “América Subártica”.
-Sudamérica se llamaría “Sudamérica Subamazónica”.
Etcétera.
Así pues, más que una construcción benigna, “África subsahariana” es, a fin de cuentas, una nomenclatura extraña que Occidente emplea para describir a los estados soberanos africanos (estén donde estén, siempre y cuando no estén gobernados por árabes). Por supuesto, es la no inclusión occidental de Sudán en este grupo, a pesar de su mayoría de población y la situación geográfica, la que descoloca.
Occidente utiliza el término “África subsahariana” para crear el sensacional efecto de un supuesto encogimiento geográfico de una enorme tierra en el imaginario, dividiendo el continente para mostrar su “irrelevancia” geoestratégica. El “África subsahariana”, indudablemente, es una señal geopolítica racista y quienes la emplean desean representar, una y otra vez, el imaginario de la desolación, la aridez y la desesperanza del entorno desértico.
Esto a pesar de que la gran mayoría de los 700 millones de africanos no viven en ningún lugar cercano al Sahara, ni sus vidas se ven afectadas por el impacto implícito que este dogma sugiere. Salvo que este empleo omnipresente y en aumento se vea rebatido con rigor por la académica afrocéntrica y panafricanista, Occidente logrará, en la próxima década, substituir de forma efectiva el nombre del continente por el de “África subsahariana” y el nombre de sus habitantes por los de “africanos subsaharianos”, o peor todavía: “subsaharianos”, en el ámbito de la memoria pública y el reconocimiento.
Debemos señalar que esta identificación de África proviene del colapso de la economía del continente en la década de 1980. Este derrumbe fue provocado por el fracaso catastrófico de los llamados “programas de ajuste estructural”, elaborados por el Banco Mundial y el FMI e implementados en el terreno por los infames regímenes africanos. Aunque clasificado de “continente en vías de desarrollo”, África se convirtió, de forma crucial, en un exportador de capital a Occidente desde 1981. Desde entonces, se han transferido desde África la colosal suma de 700.000 millones de dólares a Occidente. Esta cantidad no incluye las evasiones de capital que de manera rutinaria efectúan la banda de ladrones que gobiernan los estados y el resto del personal de las administraciones públicas africanas. La otra consecuencia sorprendente del colapso económico ha sido la huída de las clases medias hacia Occidente (y a otras partes del mundo), y que forman parte de los 12 millones de africanos que se han marchado del continente en los últimos veinte años y que ahora son la principal fuente externa de transferencia de capital hacia África. En el 2003, en el continente entró la impresionante cantidad de 200.000 millones de dólares. Entre estos emigrados también se incluye la flor y nata de las élites de la post-restauración de las independencias (intelectuales, científicos, artistas, periodistas, médicos, enfermeros, ingenieros, profesores y un largo etcétera). Hombres y mujeres muy preparados y quienes sin duda enriquecen, irónicamente, el legado intelectual y cultural de Occidente.
No se recalca lo suficiente que los estados africanos (creados por Europa), hostiles a los intereses primordiales de los africanos, no han dejado de ser paraísos que continuamente enriquecen a Occidente del modo más dramático.
La otra cara de la moneda de esta extraordinaria abundancia que Occidente y sus cómplices africanos expropian del continente, un día tras otro, son esos niños, mujeres y hombres famélicos y que son sinónimo de África en las pantallas de todo el mundo. La cuestión, por supuesto, es que el Estado en África demuestra una flagrante ineptitud para proporcionar seguridad y bienestar a la población. Todavía es un Estado conquistado y del conquistador, precisamente el modo en que el fundador europeo previó su ontología. Es una guerra contra sus poblaciones, un Estado genocida que ha asesinado 15 millones en Biafra, Ruanda, Darfur y el sur de Sudán, los Congos y en todas partes del continente en los últimos cuarenta años. Es la perdición de la existencia social africana. A los africanos no les queda otra que desmantelar este estado (subsahariano; sub-subsahariano; protosahariano; casisahariano; suprasahariano o lo que sea) y fundar nuevas fórmulas organizativas que expresen rotundamente sus intereses y aspiraciones. En África esta es la operación más urgente de la época actual.
Fuente: africaneando.org
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