La semana empieza con la cumbre en Washington de 47 países para discutir sobre seguridad nuclear, un mes antes de que en Nueva York otra conferencia similar estudie la renovación del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Antes, los presidentes de EEUU y Rusia firmaron la semana pasada en Praga el mayor acuerdo de desarme nuclear en 20 años. Allí declararon que se inicia una fase de cooperación, en la que unirán esfuerzos en la limitación nuclear y en la guerra contra la amenaza común del terrorismo. La marcha de la economía alienta esa etapa cooperativa, al haberse iniciado una recuperación basada en el fuerte aumento de los intercambios internacionales que benefician a las dos potencias. Pero persisten demasiados indicios racionales de que ese impulso de la globalización retorna de la mano de nuevos realineamientos, quizá no para empezar otra guerra fría con la omnipresente amenaza de la destrucción mutua asegurada, pero sí al menos para el retorno de la vieja geopolítica para intentar gobernar esa globalización, que ha superado la tentación proteccionista de la pasada recesión.
Empecemos por las buenas noticias. El acuerdo firmado reducirá un 30% los misiles nucleares estratégicos de los dos países, que poseen el 90% de las armas nucleares, y ha permitido fotos y declaraciones bajo el título de que EE UU y Rusia entierran la guerra fría. Las dos cumbres intentarán limitar el uso del arma nuclear en los demás países y negar su acceso a los que todavía no la tienen, como ha propuesto el presidente de turno de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), cuyos primeros 100 días han resultado brillantes. Todo ello mientras la economía y el comercio mundial se recuperan de su peor caída en 70 años y de la mayor tras la II Guerra Mundial. Exportaciones e importaciones se contrajeron un 12,2% durante el 2009, según la OMC, casi el doble que en la crisis iniciada en 1975. Pero ahora la economía global lleva camino de crecer durante el presente ejercicio más de un 3% (su senda potencial previa) y el comercio casi un 10%. Otras buenas noticias son la concreción del rescate de Grecia y el acuerdo entre Turquía y Grecia para que el Egeo sea un Mar de paz.
Las malas noticias son que ambas potencias retienen poder destructivo para acabar con la vida sobre la Tierra aunque hayan superado su carrera por la Destrucción Mutua Asegurada , que el israelí Netanyahu estará ausente en cumbre nuclear de Washington, que otras potencias tampoco firmarán el TNP (India, Pakistán, Irán, Corea del Norte…) y que el terrorismo y la inestabilidad política no dejan de acrecentarse. En menos de dos semanas, hemos tenido noticia de que dos atentados suicidas en el metro de Moscú dejan 39 muertos, de que el derrame de sangre no cesa en Chechenia y se extiende por todo el Caucaso Norte, de que el Gobierno de Kurdijistan es depuesto por la fuerza, de que también hay manifestaciones violentas y es Atacada con una granada la sede del Gobierno tailandés, etc . Por casualidad o causalidad, el domingo murieron el presidente del gobierno polaco, el del banco central y el máximo responsable del ejército, junto a las más de 80 personas que les acompañaban en un avión a la Rusia que acaba de pedir perdón por la matanza italiana de Katyn durante la II Guerra Mundial (.El ’segundo Katyn’ une a polacos y rusos)
Entre tanto, los mercados financieros, pese a dar muestras como otros de perder su stress de los últimos tres años, no han renunciado especular con la posibilidad de que esa Grecia que se aproxima a su tradicional adversaria Turquía sea la punta de lanza de una hipotética ruptura de la unión monetaria europea, último y casi único gran logro frente al exterior de la Unión Europea, que con las cifras de cierre del año pasado se consolida como la mayor potencia comercial y económica. Sólo por su comercio extra-UE se mantuvo como el primer exportador e importador del mundo (16,2% y 17,4% del total mundial), al vender fuera 1,52 billones de dólares, frente a los 1,20 de China, 1,05 de los EEUU y 0,58% de Japón. Nada menos que un 16,2%, de las exportaciones mundiales, ante el 11,2% de los EEUU (que vende mercancías por 1,05 billones pero compra por valor de 1,6 billones), el 6,2% de Japón y el 3,2% de la Federación de Rusia, cuya cuota en importaciones es solo del 2% debido a sus hidrocarburos. Claro que otra cosa es el poder de las finanzas, la tecnología y de la unidad política y militar, instrumentos sin los cuales esa nueva geopolítica de la globalización es impracticable .
El caso es que las zonas del Cáucaso y Polonia son, junto con la de Turquía, las de mayor interés estratégico en Europa para las dos mayores potencias, y también para cualquier intento de retorno al califato. Los estrategas de uno y otro lado vuelven a tener más presente que nunca las teorías geopolíticas del almirante norteamericano Alfred Mahan (quien domine el mar domina el comercio mundial, quien domine el comercio mundial domina el mundo) o las aun más viejas del inglés Sir Halford Mackinder: “quién gobierne la Europa oriental dominará el corazón continental…(Eurasia y África); quién domine Eurasia dominará el mundo“. Sí, hablamos de Eurasia como continente, el único que, al igual que los EEUU, tiene acceso directo al hemisferio norte tanto del Océano Atlántico como del Pacífico. Este hace ya varias décadas logró gracias a los EEUU la hegemonía del comercio mundial, hasta entonces centrada en el Atlántico, cuyas costas fueron la cuna de los sucesivos imperios europeos durante los últimos cinco siglos, desde el español al brítánico, que terminó de consolidar el de los EEUU durante la II Guerra Mundial con la ley de préstamo y arriendo de sus bases navales.
De ahí que, tras la guerra fría, el anterior conflicto militar ha devenido en competencia geopolítica, en el retorno a la geopolítica de los siglos XIX y principios del XX para una globalización económica sin más gobierno que las organizaciones internacionales guiadas por el consenso de Washington, con cinco actores principales: las dos potencias que ahora lideran ante los países reunidos en Washington la Nueva doctrina nuclear, una UE casi limitada a lo económico, y los tradicionales adversarios asiáticos, Japón y una China cuyos académicos acarician la idea alternativa del consenso de Pekín, inclinado al poder blando (la diplomacia, no injerencia y multipolaridad con la que extiende cautelosamente su influencia por África, Asia e Iberoamérica mientras avanza hacia la paridad con los EEUU sin los límites militares impuestos al terminar la II guerra mundial a Japón y Alemania).
En este contexto, merece prestar atención a Kazajstán, país que renunció voluntariamente a ser el cuarto arsenal nuclear del mundo, que tiene grandes reservas de uranio natural y de hidrocarburos y que ejerce este año la presidencia de turno de la OSCE y en 2011 asumirá la presidencia de la Organización de la Conferencia Islámica. Situado entre Rusia y China, además de fronteriza con el Kurdijistan que acaba de deponer al gobierno por la fuerza de la revuelta popular, antigua base de pruebas nucleares rusas y todavía de algunos lanzamientos espaciales, ahora participa en dos grandes proyectos económicos: crear una comunidad económica con Rusia y Bielorrusia, quizá extensible en el futuro a Ucrania, y trazar una autopista desde China al mar Báltico, que comunicaría por los océanos Pacífico y Atlántico.
Su presidente, Nursultan Nazarbayev, asumió la presidencia de la OSCE, entidad muy certeramente percibida y valorada como estratégica para resolver los actuales riesgos e incertidumbres mundiales, con un discurso favorable a darle nuevo aliento e impulso para resucitar y fortalecer “el espíritu de Helsinki”.Es por ello especialmente laudable su propósito de acentuar la búsqueda de los muy necesarios consensos que necesitan los estados para fortalecer y renovar las vías de cooperación en todos los frentes, empezando por el siempre más básico y prioritario de la seguridad en un mundo de crecientes interrelaciones. Su acertada percepción de que la OSCE puede ser un factor global para disminuir la tensión internacional, como ya lo fue durante la “guerra fría”, merece una apuesta de confianza del mundo empresarial y financiero, para que la opinión pública mundial perciba y valore mejor su alta relevancia para la paz y prosperidad global.
Por desgracia para las perspectivas de avance de la cooperación económica internacional como mejor instrumento para mejorar los bienes siempre garantizados por la seguridad (caso de paz, prosperidad, libertad, justicia e igualdad), últimamente asistimos desde el ámbito empresarial y financiero a la creciente percepción de que los principales actores mundiales persiguen antes una estrategia de coaliciones para incrementar su poder que una firme voluntad de cooperación en ámbitos como la seguridad, el monetario, el financiero, el comercial, el ecológico o el tecnológico. Todos ellos fundamentales para terminar de superar la crisis financiera occidental y para evitar que se reproduzca en países como China, Japón o India.
En el actual panorama de retorno de los riesgos e incertidumbres mundiales, son más necesarias que nunca relevantes voluntades estratégicas como la expresada por el actual presidente de la OSCE y de Kazajstan, líder que seguramente por el alto valor de la situación geopolítica y estratégica de su país (con la mirada puesta en los caminos entre Europa y Asia forjados por la histórica ruta de la seda) ha percibido el importante activo de forjar un estado multinacional y policonfesional para lograr el diálogo intercultural e intercivilizaciones. España al menos tiene posiciones geopolíticas y valores culturales análogos, por lo que estrechar los lazos con Kazajstan solo puede ser percibido como esperanzador para sus respectivas áreas de influencia y para el mundo económico y financiero.
Ahora, a la cumbre de Washington, el actual presidente de la OSCE lleva la propuesta de pasar de la moratoria a la prohibición total de ensayos nucleares, con el fin de centrar la energía mundial en el desarrollo de los programas nucleares pacíficos, avanzar en la reducción de los arsenales nucleares y la promoción real de un mundo sin armas nucleares. Para ello, propondrá una Declaración Universal para el Mundo sin Armas Nucleares.
Nazarbayev parte de que el TNP incumple las esperanzas mundiales por tres razones que reducen su eficacia: es asimétrico al prever sanciones solo contra los estados no nucleares, carece de esquemas claros sobre cómo deben reaccionar la Agencia Internacional de Energía Atómica y la ONU ante la violación del mismo si los estados deniegan el acceso a instalaciones nucleares a los inspectores internacionales, y permite a sus firmantes retirarse sin repercusiones negativas. De ahí que vaya a proponer un nuevo Tratado universal sobre la no proliferación horizontal y vertical global de armas nucleares, sin “dobles varas de medir” y que incluya claros compromisos de sus partes, así como mecanismos de sanción contra los violadores. Además, ha anunciado que propondrá otro Tratado de cesación de la producción de material fisionable con fines militares, como instrumento y etapa en el fortalecimiento del régimen de no proliferación en un mundo que ya acumula unas dos mil toneladas de material fisionable excedente, no utilizado por el sector militar pero que sería útil para confeccionar artefactos explosivos nucleares.
“¿Tenemos plena conciencia de que unos terroristas que se hagan con armas nucleares aunque sean primitivas pueden desencadenar conflictos serios entre estados?, ha dicho el presidente de la OSCE, quien promueve la candidatura de Kazajstán para crear un centro de formación internacional de seguridad nuclear que ampliaría el potencial de Asia Central para perfeccionar los sistemas de control intraestatal y de exportaciones, contabilidad y protección de material nuclear.
En suma, pese a la amenaza del terrorismo, todo parece indicar que, aún siendo evidente el interés de los principales actores mundiales en preservar la globalización (por ejemplo, la subida de los hidrocarburos alentada por el comercio y la recuperación de la actividad económica permite a Rusia y otros países petroleros salir de la recesión), persisten los riesgos de una II guerra fría o al menos del retorno de una geopolítica que revaloriza el poder de la situación y del entorno, esas fuerzas que entre los individuos son capaces de generar lo que Philip Zimbardo llama el efecto lucifer, incluido en programas de asignaturas sobre los efectos psicosociales del comportamiento y que Punset acaba de denominar en su programa redes la pendiente resbaladiza de la maldad.
El nuevo resbalón de la humanidad hacia ese poder de las relaciones determinado por la posición o el entorno devaluaría incluso el derivado del interés, por ejemplo en sustituir la destrucción mutua asegurada por la supervivencia y el progreso. Devaluaría irremediablemente, sobre todo, el poder de la racionalidad y de las ideas para generar consensos, mejores atractores junto a las instituciones y las infraestructuras para configuran la prosperidad de los países en una nueva economía que cuenta ya con recursos de conocimiento suficientes para encontrar otras alternativas distintas a la nuclear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario