Ahora que la jerarquía eclesial vuelve a reclamar el sometimiento general a la voluntad divina, me viene al recuerdo la réplica satánica por excelencia: “¿Cómo que si Dios no existiera habría que inventarlo? ¡Al contrario: si Dios existiera, habría que derrocarlo!”.
Satán, príncipe de los demonios, se alzó en armas contra Dios pese a saber que su guerra era imposible. Dios, infinitamente perfecto, no podía fallar en la batalla. Ni siquiera podía verse afectado por arma alguna.
¿Por qué, sabiéndolo, se rebeló Lucifer contra Él, de todos modos?
Por razones de principio, sin duda.
Siguió el ejemplo de la primavera, que vuelve cada año a la carga, por bien que sepa que tras ella llegará el verano, y luego el otoño, y al final otro nuevo invierno.
Satán nos dio el ejemplo: la cuestión no es vencer –objetivo imposible–, sino no darse por vencido.
La valiente acción de Satán privó a Dios del gozo absoluto de la absoluta sumisión ajena.
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