jueves, 8 de abril de 2010

Larry Siems: “La CIA torturó para fabricar confesiones falsas que ocultaran su incompetencia”


Larry Siems dirige el programa del PEN americano en defensa de los escritores que sufren persecución política, detención ilegal y tortura en cualquier parte del mundo. En cualquier parte del mundo incluye a Estados Unidos.

Por eso Larry Siems lleva meses trabajando en The Torture Report, una iniciativa de la American Civil Liberties Union (ACLU) tan audaz como agotadora. La ACLU, una institución y una máquina de los derechos civiles, lleva años peleando a cara de perro para parar y sacar a la luz el programa de detención ilegal de la CIA y las violaciones de la Convención de Ginebra en los interrogatorios a sospechosos de terrorismo. Su última ofensiva es el lanzamiento de un diario digital de cuanto se ha podido averiguar (agotando todas las vías legales y hasta alguna que cuando el mundo sea mejor ya se legalizará…) sobre los casos de tortura cometidos bajo la Administración Bush. 


Visto desde un país como el nuestro, donde el mundo sólo se arregla de boquilla y sin levantarse de la mesa del bar, pasma la solidez y la minuciosidad del trabajo realizado por esta gente. También pasman las barbaridades que así se están conociendo. The Torture Report confirma que al presunto alto gerifalte de Al Qaeda Abu Zubaydah le hicieron waterboarding o ahogamiento simulado más de 80 veces, todas en vano, porque ni el hombre pintaba nada en Al Qaeda, ni tenía la sabrosa información que la CIA buscaba y, si la hubiera tenido, ellos tampoco se habrían enterado porque ni siquiera hablaban bien su idioma.
El informe detalla el horrendo trato recibido por varios detenidos de los que parecía esperarse no tanto que revelaran nada nuevo como que confirmaran viejas historias delirantes, dando así cobertura a anteriores torturas. Mientras eran sistemáticamente apartados y se llevaban las manos a la cabeza los únicos interrogadores profesionales y serios que había, predicando en el desierto que la información de inteligencia valiosa nunca se consigue así.
Resultado: docenas y docenas y docenas de presos en Guantánamo a los que nadie se atreve a llevar ante un juez porque las torturas trascenderían y harían pedazos la acusación.
Y entretanto Osama bin Laden sigue tan pancho y Al Qaeda sigue colando a becarios de explosiva entrepierna en los aviones.
Pasen y vean The Torture Report, los que se atrevan con el inglés y tengan un buen estómago. Y tanto ellos como los demás, léanse esta entrevista exclusiva con Larry Siems.
Leyendo estos maratonianos informes, da la impresión de que los interrogadores de la CIA violaron sistemáticamente la Convención de Ginebra para nada, que con tanta tortura jamás consiguieron reunir información útil…
No se puede afirmar eso con seguridad al cien por cien, más cuando sigue habiendo montañas de documentos sin desclasificar. Pero sí es correcto decir que, mientras destacadas figuras de la Administración Bush como el vicepresidente Dick Cheney insisten con frecuencia en que sus métodos “mejorados” de interrogatorio produjeron información valiosa, por ahora los casos que se conocen acreditan lo contrario: que toda la información valiosa se consiguió con interrogatorios no coercitivos, mientras que los interrogatorios brutales sólo llevaron a obtener información errónea y falsas pistas.
¿Puede afirmarse entonces que la tortura no sólo no reforzó sino que debilitó la seguridad de Estados Unidos?
Hay bastantes indicios de que las falsas pistas procedentes de la información que algunos detenidos se inventaron para parar la tortura llevaron a desperdiciar incontables recursos y horas de trabajo persiguiendo complots ficticios. Ciertamente eso no ayuda a la efectividad del esfuerzo antiterrorista. Y no solo eso, sino que esos interrogatorios abusivos han minado seriamente la capacidad de Estados Unidos de procesar a varios detenidos. La controversia que rodea a todo el proceso de Khalid Shaikh Mohammed, el autoproclamado cerebro del 11-S, tiene mucho que ver con que en cualquier juicio, sea civil o militar, las torturas van a salir a la luz y el fiscal se las va a ver y desear para probar que todas las pruebas contra él no se han conseguido vía tortura, lo cual las invalida. Ya que procesar al autor de los ataques del 11-S claramente interesa a Estados Unidos y al mundo, torturar a Khalid Shaikh Mohammed definitivamente no ha ayudado. Por no hablar del daño que se ha hecho a la imagen de Estados Unidos y a su reputación de ser un país promotor de la legalidad y de los derechos humanos. Guantánamo y Abu Ghraib son increíblemente poderosas herramientas de reclutamiento para Al Qaeda.
Siempre según The Torture Report, da la impresión de que en algún momento los interrogadores se dieron cuenta de su error y entonces ya no se trataba de sonsacar a los detenidos sino de persuadirles de confirmar las teorías de la CIA. ¿Usaron deliberadamente la tortura para tapar sus errores y su incompetencia?
Así lo parece cuando se analizan casos interrelacionados como los tres supuestos conspiradores para arrojar una bomba sucia en Estados Unidos, Abu Zubaydah, José Padilla y Binyam Mohamed. El calvario de Binyam Mohamed se explica porque se le quería usar de fuente de información para justificar los discursos oficiales de que Abu Zubaydah era “el número 3 ó 4 de Al Qaeda” mientras Padilla se disponía a tirar la bomba sucia, incluso cuando la inteligencia norteamericana ya sabía que todo esto no era verdad. Los interrogadores incluso trataron de usar a Mohamed para reforzar algunos casos débiles contra otros presos de Guantánamo. Lo cual, por cierto, no es nada sorprendente; es lo que pasa siempre cuando un país recurre a la tortura. La tortura siempre engendra tortura, siempre es una tentación volver a usarla para construir casos inexistentes o para justificar torturas anteriores.
¿Cuántos presos de Guantánamo pueden ser “injuzgables” a día de hoy por este motivo?
Esta es la gran cuestión a la que se enfrenta el gobierno Obama. Por lo menos docenas. Y hay que recordar que Estados Unidos ya liberó a varios detenidos que fueron torturados o maltratados, y que el gobierno ha perdido el 75% de los casos de habeas corpus, precisamente porque el tribunal consideró que no había otra evidencia incriminatoria que la obtenida bajo tortura. De nuevo resulta paradigmático el caso de Abu Zubaydah, clamorosamente ausente de la lista de diez detenidos “de alto valor” que el gobierno Obama ha anunciado que piensa llevar ante jueces civiles o militares. ¿Qué va a pasar con Abu Zubaydah? Tiene un habeas corpus pendiente y justamente este mes el gobierno tiene que responder a las preguntas de su abogado. Estas respuestas aún no son públicas, pero parece que incluyen significativos reconocimientos de que Abu Zubaydah nunca fue un miembro destacado de Al Qaeda ni tuvo nada que ver con el 11-S. ¿Van entonces a procesarle como a un “combatiente enemigo”? Si lo hacen, sin duda sabremos mucho más aún del chocante tratamiento que recibió en la cárcel secreta de la CIA en Tailandia. Con lo cual no es extraño que se eternice en Guantánamo, sin que se presenten cargos concretos contra él.
Hablemos un poco de ti. Tú sueles hacer este trabajo en defensa de personas reprimidas en países que están muy lejos del nivel de democracia alcanzado en Estados Unidos. ¿Qué se siente al encontrarse algo así en casa?
Es en gran medida por mi labor en el PEN que ahora trabajo en este informe. Cuando me movilizaba contra la tortura o contra las detenciones arbitrarias en otros países siempre di por hecho que en mi propio país las cosas se hacían bien; a menudo hemos pedido a nuestro gobierno que presione a otros gobiernos para poner fin a estos abusos. Pero después del 11-S, tan pronto se vio que la Administración Bush se disponía a romper las reglas, empezamos a notar como un gran suspiro de alivio por parte de muchos regímenes abusivos en todo el mundo. Obviamente pensaban que Estados Unidos ya no podría interferir en otros casos de tortura si estaba torturando a sus propios detenidos. Por lo demás yo experimenté un profundo sentido de horror y de ultraje, ya que, como la inmensa mayoría de los americanos, yo quiero creer que la tortura es fundamentalmente algo que aquí no pasa.
Lo más interesante para mí, lo que más me ha inspirado y me ha motivado todo este tiempo, ha sido descubrir cuántos de mis compatriotas se enfrentaron a estas prácticas desde el principio, denunciándolas y poniendo toda clase de obstáculos. Los documentos que he revisado están llenos de esas voces –de soldados, de abogados militares, incluso de miembros de la Administración–, voces con las que definitivamente yo me identifico. Suenan como las voces de toda la gente que conozco y quiero, mis amigos, mis vecinos, mis compañeros, suenan a la gente que he encontrado en todas las partes de Estados Unidos. Los miembros de la Administración Bush que todavía defienden la tortura quieren hacernos creer que hicieron lo que hicieron en un momento de emergencia extrema y que cualquiera en su lugar habría hecho lo mismo. Pero eso simplemente no es verdad. Muchos americanos, en las mismas condiciones y con la misma información, tuvieron claro que la tortura y las cárceles secretas eran contraproducentes, eran ilegales y, sobre todo, estaban mal. Creo que esta es la parte de la historia que aún no se ha contado.

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