martes, 6 de abril de 2010

EL ROBIN HOOD DEL 11-S


WILLIAM recaudó 122 millones de dólares para los que, como él, perdieron todo el 11-S: inmigrantes, pobres, sin seguro médico y sin empleo. ¿Tendrán los desheredados de Nueva Orleans un ángel de la guarda que les defienda? MARIA RAMIREZ PABLO PARDO. Nueva York





EL AZOTE DE BUSH. EEUU lo convirtió en héroe nacional tras el 11-S. Hoy acusa al presidente de complicidad en el atentado.










Cada día durante más de 19 años, William Rodríguez subía 150 pisos de escaleras como limpiador de las Torres Gemelas. Hoy, cinco escalones lo dejan sin aire por la fatiga crónica que sigue padeciendo cuatro años después de los atentados. El 11-S perdió a dos centenares de amigos, además de su trabajo, sus ahorros y hasta su casa -el reconocido héroe nacional por ayudar en el rescate ha llegado a vivir en su coche debajo de un puente-. Pero «el que limpiaba las escaleras», como él mismo se define, ahora habla de leyes, se ha convertido en líder de las víctimas hispanas, para quienes ha recaudado 122 millones de dólares, y se ha querellado contra la Administración Bush por complicidad con los atentados.

«Dios tenía una misión más alta para mí», explica su cambio de vida, aún mellada física y emocionalmente. «Hace años me encargaba de limpiar el despacho del gobernador de Nueva York Mario Cuomo, en el piso 57, y servía café y bollos durante las reuniones.Me aburría, pero fui absorbiendo cómo se organiza una rueda de prensa o qué es un proyecto de ley».
¿Tendrán en 2009 los, por ejemplo, más de 140.000 hondureños de Nueva Orleans, su William Rodríguez? ¿O los 2.500 vietnamitas de Biloxi? ¿O ese 25% de la población de Nueva Orleans que, de cualquier procedencia y de todas las razas, vivía por debajo del umbral de la pobreza y muchos sin papeles? ¿O la población negra, trastienda invisible al público de la infraestructura turística y que cada noche desaparece hacia los suburbios a dormir en viviendas miserables cuyas tablas y tejados hoy flotan en las aguas que trajo Katrina; esa población representada por la Asociación Nacional de Alcaldes Negros, que se quejan de que nadie responde a sus llamadas?
Las Torres fueron la vida de William Rodríguez, Robin Hood de los desfavorecidos del 11-S, desde que llegó de Puerto Rico con 20 años. Antes de los atentados planeaba retirarse pronto para dedicarse a la magia, su verdadera pasión. Pero, aquel martes de sol resplandeciente y cielo despejado, un retraso le salvó la vida. A las 8.46, cuando se estrelló el primer avión contra el piso 90 de su torre, despachaba con sus jefes en el sótano y no le había dado tiempo a subir al 106 para desayunar con sus colegas en el restaurante The Windows of the World, donde habría muerto como las 200 personas que quedaron atrapadas ahí.
Él guardaba una de las cinco llaves maestras para acceder a las escaleras y decidió quedarse para abrir las puertas a los bomberos y ayudarlos por las escalerillas angostas, empinadas, sin ventanas y llenas de humo negro. Tras tres incursiones de rescate, bajó corriendo, justo antes del hundimiento. Fue la última persona que salió viva de la Torre Norte. El corpulento puertorriqueño de 43 años se protegió de la lluvia de acero y cemento bajo un coche de bomberos. Lo sacaron tras retirar la montaña de escombros que sepultó el vehículo.
Aunque George W. Bush lo recibió en la Casa Blanca como un héroe, la vida de William Rodríguez no ha sido fácil desde entonces. Con el WTC, desapareció también su trabajo y durante meses, mientras arrastraba dificultad respiratoria, insomnio crónico y síndrome post-traumático, además de los chequeos cada seis meses durante 10 años por posible asbestosis, sólo se dedicó a asistir a las víctimas del 11-S. «Era adicto a ayudar. Recaudé millones de dólares para organizaciones que luego me negaron asistencia. Me dijeron que iban a pagar mi alquiler, pero no lo hicieron durante cinco meses y, con una deuda de 7.000 dólares, me quedé en la calle», cuenta. Quemó los ahorros de toda su vida, 68.000 dólares, en viajes a Washington para presionar por la apertura de una comisión de investigación o por el reconocimiento de los sin papeles fallecidos el 11-S.
Por si fuera poco, se ha sentido atormentado por un rostro familiar.Entre las fotos de los terroristas, reconoció a un hombre que él había visto merodeando por las torres: Mohand Alshehri, secuestrador del avión de United Arlines, y que, según Rodríguez, lo interrogó en junio de 2001 sobre el edificio. «Justo acababa de terminar de limpiar el baño y ese tío viene y me pregunta, 'por favor, ¿cuántos baños públicos hay en este área?' Habiendo vivido el atentado de 1993, me pareció muy extraño y no me olvidé de ello», cuenta Rodríguez, quien denunció este hecho al FBI y nunca recibió respuesta. No cree que la indagación oficial haya dilucidado lo que ocurrió hace cuatro años. Sus palabras como testigo en la comisión del 11-S, a puerta cerrada, no aparecen en el informe final del Congreso. «No quisieron hacer caso de los testigos, sólo se quedaron con los oficiales de policía o bomberos, que, lógicamente, tenían un interés político en proteger a los suyos».
William, que ahora trabaja con reopen911.org para que se reabra la investigación, se siente amenazado. Hace un par de semanas alguien asaltó su casa en Jersey y se llevó su portátil, aunque dejó atrás otros objetos más valiosos. Él cree que, como le sugirió un periodista de Washington, su vida peligra por «meter el dedo en la llaga».
Hoy Rodríguez revivirá una vez más el horror, como uno de los organizadores de la ceremonia para las víctimas: «Es un acto solemne, silencioso, pero nos devastará. Algunas heridas nunca se cierran».

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